Junto con Álex Pina, Esther Martínez Lobato conforma una de las duplas creativas más explosivas del panorama audiovisual no español, sino global. Y Jesús Colmenar, su director de confianza, tiene mucho que ver en ese relato de éxito.
Escribir y dirigir La casa de papel no solo significó un vuelco en sus carreras. La serie fue el paso definitivo para colocar a la ficción española en boca de todo el mundo. Ahora, desde la productora Vancouver Media estrenaron recientemente la segunda temporada de El embarcadero, serie original de Movistar+, mientras trabajan en nuevas producciones originales de Netflix.
ttvOriginals dialogó con la guionista y el director sobre cómo es crear series de ficción en los tiempos que corren.
¿Qué desafíos afrontan al escribir y dirigir historias en tiempos del Peak TV y el binge watching?
EML: La tendencia global de contenidos y formatos la marca totalmente el espectador. Ahora mismo él tiene el poder. Y eso está muy bien, pero también es muy ingrato.
El tiempo de visualización para ver si un contenido le gusta o no cada vez es más reducido. Se ven formatos muy cortos. La ficción se ha llevado a otros lugares, como vídeos en Instagram. Los contenidos son más libres, están más en la atmósfera… es muy difícil aprehenderlos. Con lo cual nuestro trabajo ahora es mucho más duro, es intentar estar ahí detrás del espectador, en lugar de lo que hacíamos antes: te muestro esto en la tele y tú si quieres lo ves. Ahora el espectador elige, y nosotros vamos dándole lo que creemos que le puede gustar.
El hecho de que haya tantas plataformas y contenidos nos da, por un lado, mucha libertad para explorar contenidos a lo mejor más complejos, más individuales, o no dirigidos a un público tan abierto. Y, por otra parte, hay mucha competencia por captar la atención y la emoción del espectador.
JC: Es tal barbaridad lo que está sucediendo, que la competencia ya no es lo que pone la cadena de al lado. La competencia es Instagram, por ejemplo. Es tal la cantidad de estímulos que tiene ahora mismo un espectador, de endorfinas que le entran por los ojos, que es muy difícil mantener su atención en una pantalla. Y ese es el nuevo reto.
¿Qué ha cambiado a la hora de crear series para las plataformas respecto a hacerlo para TV abierta?
JC: La llegada de las plataformas y que hayamos conseguido –al menos con algunas series- salir del prime time español, hace que hayamos sido liberados de ser prácticamente contenedores de publicidad. Aparte, las series empezaban a las 22:45 y terminaban a la una y pico de la madrugada. Entonces, que un espectador lograra ver el final de tu capítulo y engancharse a tu serie era una proeza.
Series como La casa de papel no estaban en su formato, porque estaban hechas para disfrutarlas de otra manera. De repente las cambias de formato y explotan. Porque el binge watching, el «termina pero ya quiero ver lo que ocurre», no convivía con las necesidades de la televisión en abierto. Eso empieza a transformar todo.
Ya podemos hacer relatos con coherencia, con unidad, para verlos seguidos o al ritmo que cada uno le quiera imprimir. Es una libertad que se nos ha dado a los creadores. Ahora, cuando estamos escribiendo o rodando, ya no tenemos dudas de que quien esté viendo esa serie la estará viendo con atención, porque quiere verla, y que posiblemente la verá hasta el final.
Ese nuevo poder se debe en gran parte al éxito sin precedentes de La casa de papel. ¿De qué manera encaran otros proyectos después de ese fenómeno?
EML: Gracias a la ventana que se nos ha abierto con La casa de papel, la libertad que se nos da para hacer las demás cosas es maravillosa. Entonces, sabemos perfectamente que ninguno de los proyectos que estamos escribiendo y produciendo van a ser La casa de papel, porque es un formato único. No porque lo hayamos hecho nosotros, sino porque tiene unos ingredientes de discurso social y acción, que te llevan a un lugar más amplio, que se exporta muy bien.
El embarcadero, por ejemplo, es una serie mucho más modesta. Mi única expectativa es conmover. Sin embargo está teniendo una recepción maravillosa y está viajando súper bien. Nosotros damos mucha libertad a nuestros proyectos para que lleguen a donde tengan que llegar.
A lo que nosotros nos aferramos es a la honestidad de nuestro trabajo. Y que nos permitan hacerlo más libremente nos da la vida.
Más libremente, pero a la vez con muchas expectativas puestas sobre ustedes. ¿Cómo se trabaja con esa presión?
EML: Creo que somos capaces de llevarlo súper bien, porque nos centramos en la libertad que nos dan y no nos dejamos aplastar por el yugo de la expectativa.
JC: Se puede ver como “te han dado un premio pero también una maldición”. Es casi como si te hubieran puesto el Anillo Único de El señor de los anillos. De repente tienes el poder, pero es una condena, y cuesta mucho avanzar con el anillo hasta el destino. Entonces, lo que nos salva es, como a Frodo, estar concentrados en nuestro trabajo y ya está.
Yo cuando estoy rodando La casa de papel, no estoy pensando en los millones y millones de espectadores que la van a ver, ni voy a hacer un plano o una secuencia para que la gente diga “Ey, qué buen director es este tío”. No. Estoy concentrado en la historia, lo único que quiero es contarla bien y llegar a un espectador, que está aquí en mi cabeza. Para hacerle pensar, sentir, reflexionar, divertirle, entretenerle, sorprenderle. Yo me comunico con ese espectador.
En este sentido, ayudará trabajar con el mismo equipo creativo…
EML: Sí. Y nos tenemos menos respeto a nosotros mismos. En el buen sentido; es decir, no me da respeto decirle a Jesús que no me gusta lo que ha hecho, ni a él decirnos que no entiende nada de lo que hemos escrito. Entonces, este diálogo es desde donde podemos hacer que todo crezca.
JC: Eso, y que somos muy, muy, muy exigentes entre nosotros. Es tanta esa exigencia interna, que nos salva de la que pueda venir de fuera. Eso es lo que nos mantiene en tierra, y el no parar de trabajar.