El nuevo paradigma de la comunicación en la era digital no se explica del todo si no se detalla el fenómeno de la proliferación de canales de streaming que se montan a los acontecimientos de dominio público.
El sábado de la final de Champions League entre Real Madrid y Borussia Dortmund, el canal de YouTube de “La Secta Deportiva” hizo una transmisión de ocho horas con la previa, el partido y el análisis posterior. Una mega cobertura para lo que derivó en la Champions número 15 ganada por equipo español.
A 24 horas de terminado el partido, el canal acumulaba 1.3 millones de views. Hay otro dato imprescindible que merece ser conocido: en ningún momento de las ocho horas de transmisión se vio alguna acción de juego. Solo charla, relatos y comentarios. Ningún gol ni el magistral caño de Vinicius. Solo palabras.
El fenómeno es recurrente en las plataformas como YouTube, Twitch y probablemente Kick, otra terminal para creadores de contenidos que se suma con fuerza a este ecosistema digital. La Secta Deportiva es un canal conectado a YT desde mayo de 2015, con más de 2.000 videos publicados -la mayoría son vivos-, una base de 1.6 millones de suscriptores y 137.688.623 visualizaciones del contenido publicado. En ningún caso se trató de videos que tuvieran imágenes por las que se pagan derechos. Todo el contenido presentado prescinde de esa clase de material.
Se trata de un grupo autogestionado que crea un canal digital de fútbol y que despliega su potencial por afuera de las estructuras tradicionales de comunicación. Una fórmula low cost y de alto impacto en diferentes mercados. Conversaciones, relatos y comentarios. Radio con imagen. El canal de chat para dar vida a la interacción con la comunidad seguidora y fiel.
El nuevo paradigma de la comunicación en la era digital no se explica del todo si no se detalla este tipo de fenómenos: la proliferación de canales de streaming que se montan a los acontecimientos de dominio público. El fútbol es apenas un ingrediente más de todo aquello que moviliza a un streamer, tiktoker o youtuber a dar su propia versión de la historia.
La gran novedad en esta historia es que se produce el armado de una audiencia deportiva que consume contenidos, participa, paga suscripciones, agradece con emojis y “gifts”, sobre la base de videos y programas que en ningún momento conectan con el sistema de negociación de derechos deportivos. Un ecosistema comunicacional nacido y desarrollado bajo la democratización de la tecnología que provocó el gran cambio de paradigma de este siglo que lleva casi 25 años: que los consumidores puedan ser también creadores.
La industria deportiva mainstream, la que negocia derechos, tiene aquí un tema que le quita el sueño y que le genera preocupación. La Generación Z participa activamente del consumo de contenidos deportivos por el que, literalmente, no gasta un centavo para ser parte de una fiesta que cuesta muchísimo dinero.
Imaginemos una escena familiar común: el padre, fanático del fútbol, paga el paquete premium para ver los partidos en televisión. Al término del encuentro, los jóvenes de la casa no se quedan para ver el análisis post-partido en los canales tradicionales. En su lugar, se dirigen a YouTube para ver las reacciones y comentarios de un streamer popular, ignorando por completo el contenido llamado mainstream. Esta situación refleja una transición significativa: los jóvenes ingresan al sistema oficial solo para ver el partido pagado por los mayores, quienes manejan la economía del hogar.
Este cambio en el consumo se vuelve aún más radical si consideramos que muchos jóvenes optan por ver el partido a través de transmisiones piratas, que implican para la industria pérdidas millonarias. O a través de canales de streaming que ofrecen relatos y comentarios en vivo, sin necesidad de imágenes. Es como una versión moderna de la radio, pero con video y un chat interactivo.
Este ciclo de consumo de la Generación Z no se conecta con el ecosistema que paga derechos de transmisión y busca monetizar de múltiples maneras. Una segunda pantalla que en realidad es la primera -y única- para un perfil de fans que se incorporan al espectáculo deportivo a través de comunidades digitales por fuera del mainstream.
Los creadores de contenido, quienes generan una gran parte del material que consumen los jóvenes, no contribuyen económicamente a los titulares de los derechos deportivos. Este contenido no deja ingresos a las ligas ni a las propiedades deportivas. Pero con su solo funcionamiento, con la cantidad de views que se acumulan, dan una muestra contundente de lo atractivo y convocante que sigue siendo el deporte tradicional para las nuevas generaciones que, según se dicen, podrían vivir sin ese consumo. Se ve que no tanto.
No es falta de interés lo que muestra la Gen Z, pero obliga a una búsqueda incesante de un modelo de negocio adecuado. Desde ya que los licenciatarios de derechos y los medios tradicionales han captado las señales de este fenómeno y ya es también recurrente la creación de contenido adicional, sesiones de streamers y “watch parties” para conectar con ese nuevo modo de entretenimiento que tiene al fútbol y al deporte como insumo.
Un negociador de derechos en ligas de fútbol reflexiona: “Imagino que cuando la Generación Z tenga más de 40 años, también deseará disfrutar de los partidos en la televisión sin interrupciones. Pero aún no lo sabemos con certeza”. Esta incertidumbre destaca la necesidad de las ligas y las emisoras de adaptarse y encontrar nuevas formas de captar la atención y los ingresos de las futuras generaciones de aficionados al fútbol.
La final de la Champions en Londres demostró que el fútbol en vivo es un activo valioso y deseado. Lo que también sucede es que hay nuevas generaciones que pueden tomar contacto con ese tema de interés de un modo alternativo.